Reflexiones y algo más.









Graffiti en la ciudad de Montevideo. 

Montevideo es una ciudad confusa, intrincada, difícil. Un laberinto  cercado por altas paredes. Muros que se suceden y se suceden de forma infinita. Esas características que convierten a la ciudad en un ser multiforme son las que dotan a cada espacio de un atractivo especial.
La gran variedad de formas, dibujos y colores transforman las paredes montevideanas en un lienzo tan grande como la ciudad misma. En ellas, graffiteros, pintores, muralistas, escritores, plasman su obra, generando así una nueva forma de expresión, un nuevo soporte en donde mostrar su arte.
En cada trazo, en cada técnica utilizada para pintar, el graffitero expresa su modo de ver el mundo. Los muros cobran vida. Hablan, dicen.
Los artistas recorren la ciudad observando detenidamente cada rincón, cada sitio es potencialmente apto para dejar su marca. Piensan la pared, dibujan mentalmente sobre ella esperando el momento adecuado para apropiarse de la superficie.
El graffiti permite al artífice sentirse parte de su entorno, armonizar con él, contribuir al coloquio social.
Más allá del resorte que moviliza al artista a crear, y lejos de importar si el delineado se produce a través de pinceles o aerosoles, cualquier símbolo, imagen, ícono o marca, de cualquier clase y sobre cualquier superficie, forma parte de este amplio universo conocido como graffiti.
Alejado de las galerías de arte, las instituciones sociales o los museos, el graffiti, pasa sus días en la libertad de las calles. Allí, observa la velocidad de su entorno, se ríe de los transeúntes. Recuerda el carácter transgresor de sus orígenes, sus intenciones de protesta, su forma siempre pública y popular. Recuerda los grandes barrios neoyorquinos.
Su surgimiento juvenil parece remontarse a la década de los 70, pero su magia es más antigua. Siempre se ha pintado sobre paredes.
Cada barrio, cada esquina, cada sitio de la ciudad posee algo particular, cada rincón conserva una identidad propia que lo diferencia del resto. De la misma forma sucede con el graffiti. Cada artista tiene su estilo, sus colores, su técnica.
Los grafiteros se reconocen entre sí por la continuidad de su lógica, por la constancia de sus formas, por su capacidad para crear auténticas mitologías.
La  extraña mezcla entre libertad e ilegalidad que surge a partir de la apropiación del espacio urbano, seduce al artista a concebir, lo invita a demostrar su creatividad, a desplegar sus alas.
Después de verter su manantial poético, después de dar vida, el artista sabe que la obra ya no  le pertenece, o tal vez nunca le perteneció.



Cortometraje



 


Este cortometraje fue realizado durante el transcurso del año 2011 en la ciudad de Montevideo.
Creo que en general se trata de una muy buena idea que pudo haber tenido un mejor acabado, pero que lamentablemente (por algunos problemas que surgieron de improviso) no llegó a colmar las expectativas; por lo menos, no las mías.
De todas maneras fue una experiencia interesante, una etapa de aprendizaje en lo que tiene que ver con el mundo audiovisual

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